LICENCIATURA EN EDUCACIÓN PRIMARIA
PSICOLOGÍA DEL DESARROLLO INFANTIL
“TEORÍAS DE LA PERSONALIDAD DE
SIGMUND FREUD”
COORDINADOR: PROFR. TIRSO MAYORAL R.
ALUMNA: ALMA GUADALUPE MORALES MELO
SEMESTRE: PRIMERO GRUPO: “B”
NOVIEMBRE 2015
TEORÍAS DE LA PERSONALIDAD
SIGMUND FREUD
La mente consciente es
todo aquello de lo que nos damos cuenta en un momento particular: las
percepciones presentes, memorias, pensamientos, fantasías y sentimientos.
Cuando trabajamos muy centrados en estos apartados es lo que Freud llamó preconsciente,
algo que hoy llamaríamos “memoria disponible”: se refiere a todo aquello que
somos capaces de recordar; aquellos recuerdos que no están disponibles en el
momento, pero que somos capaces de traer a la cosnciencia. Actualmente, nadie
tiene problemas con estas dos capas de la mente, aunque Freud sugirió que las
mismas constituían solo pequeñas partes de la misma.
La
parte más grande estaba formada por el inconsciente e incluía todas
aquellas cosas que no son accesibles a nuestra consciencia, incluyendo muchas
que se habían originado allí, tales como nuestros impulsos o instintos, así
como otras que no podíamos tolerar en nuestra mente consciente, tales como las
emociones asociadas a los traumas.
De acuerdo con Freud, el
inconsciente es la fuente de nuestras motivaciones, ya sean simples deseos de
comida o sexo, compulsiones neuróticas o los motivos de un artista o
científico. Además, tenemos una tendencia a negar o resistir estas motivaciones
de su percepción consciente, de manera que solo son observables de forma
disfrazada. Ya volveremos más adelante con esto.
La
realidad psicológica freudiana empieza con el mundo lleno de objetos. Entre
ellos, hay uno especial: el cuerpo. El cuerpo (Nos referiremos a cuerpo como
vocablo para traducir “organism”, ya que en psicología es más aceptado el
término. N.T.) es especial en tanto actúa para sobrevivir y reproducirse y está
guiado a estos fines por sus necesidades (hambre, sed, evitación del dolor y
sexo).
Una parte (muy importante,
por cierto) del cuerpo lo constituye el sistema nervioso, del que una de sus
características más prevalentes es la sensibilidad que posee ante las
necesidades corporales. En el nacimiento, este sistema es poco más o menos como
el de cualquier animal, una “cosa”, o más bien, el Ello. El sistema
nervioso como Ello, traduce las necesidades del cuerpo a fuerzas motivacionales
llamadas pulsiones (en alemán “Triebe”). Freud también los llamó deseos.
Esta traslación de necesidad a deseo es lo que se ha dado a conocer como proceso
primario.
una
pequeña porción de la mente a la que nos referimos antes, el consciente, que
está agarrado a la realidad a través de los sentidos. Alrededor de esta
consciencia, algo de lo que era “cosa” se va convirtiendo en Yo en el
primer año de vida del niño. El Yo se apoya en la realidad a través de su
consciencia, buscando objetos para satisfacer los deseos que el Ello ha creado
para representar las necesidades orgánicas. Esta actividad de búsqueda de
soluciones es llamada proceso secundario.
El Yo, a diferencia del
Ello, funciona de acuerdo con el principio de realidad, el cual estipula
que se “satisfaga una necesidad tan pronto haya un objeto disponible”.
Representa la realidad y hasta cierto punto, la razón.
Hay dos aspectos del
Superyo: uno es la consciencia, constituida por la internalización de
los castigos y advertencias. El otro es llamado el Ideal del Yo, el cual
deriva de las recompensas y modelos positivos presentados al niño. La
consciencia y el Ideal del Yo comunican sus requerimientos al Yo con sentimientos
como el orgullo, la vergüenza y la culpa.
Freud consideró que todo el
comportamiento humano estaba motivado por las pulsiones, las cuales no son más
que las representaciones neurológicas de las necesidades físicas. Al principio
se refirió a ellas como pulsiones de vida. Estas pulsiones perpetúan (a)
la vida del sujeto, motivándole a buscar comida y agua y (b) la vida de la
especie, motivándole a buscar sexo. La energía motivacional de estas pulsiones
de vida, el “oomph” que impulsa nuestro psiquismo, les llamó libido, a
partir del latín significante de “yo deseo”.
Más tarde en su vida, Freud
empezó a creer que las pulsiones de vida no explicaban toda la historia. La
libido es una cosa viviente; el principio de placer nos mantiene en constante
movimiento. Y la finalidad de todo este movimiento es lograr la quietud, estar
satisfecho, estar en paz, no tener más necesidades. Se podría decir que la meta
de la vida, bajo este supuesto, es la muerte. Freud empezó a considerar que
“debajo” o “a un lado” de las pulsiones de vida había una pulsión de muerte.
Empezó a defender la idea de que cada persona tiene una necesidad inconsciente
de morir.
Freud se refirió a esto como
el principio de Nirvana. Nirvana es una idea budista usualmente
traducida como “Cielo”, aunque su significado literal es “soplido que agota”,
como cuando la llama de una vela se apaga suavemente por un soplido. Se refiere
a la no-existencia, a la nada, al vacío; lo que constituye la meta de toda vida
en la filosofía budista.
Freud
habló de tres tipos de ansiedades: la primera es la ansiedad de realidad,
la cual puede llamarse en términos coloquiales como miedo. De hecho, Freud
habló específicamente de la palabra miedo, pero sus traductores consideraron la
palabra como muy mundana. Podríamos entonces decir que si uno está en un pozo
lleno de serpientes venenosas, uno experimentará una ansiedad de realidad.
La
segunda es la ansiedad moral y se refiere a lo que sentimos cuando el
peligro no proviene del mundo externo, sino del mundo social interiorizado del
Superyo. Es otra terminología para hablar de la culpa, vergüenza y el miedo al
castigo.
La última es la ansiedad
neurótica. Esta consiste en el miedo a sentirse abrumado por los impulsos
del Ello. Si en alguna ocasión usted ha sentido como si fuésemos a perder el
control, su raciocinio o incluso su mente, está experimentando este tipo de
ansiedad. “Neurótico” es la traducción literal del latín que significa
nervioso, por tanto podríamos llamar a este tipo de ansiedad, ansiedad
nerviosa.
Freud
observó que en distintas etapas de nuestra vida, diferentes partes de la piel
que nos daban mayor placer. Más tarde, los teóricos llamarían a estas áreas
zonas erógenas. Vio que los infantes obtenían un gran monto de placer a través
de chupar, especialmente del pecho. De hecho, los bebés presentan una gran
tendencia a llevarse a la boca todo lo que tienen a su alrededor. Un poco más
tarde en la vida, el niño concentra su atención al placer anal de retener y
expulsar. Alrededor de los tres o cuatro años, el niño descubre el placer de
tocarse sus genitales. Y solo más tarde, en nuestra madurez sexual,
experimentamos un gran placer en nuestras relaciones sexuales. Basándose en
estas observaciones, Freud postuló su teoría de los estadios psicosexuales.
La
etapa oral se
establece desde el nacimiento hasta alrededor de los 18 meses. El foco del
placer es, por supuesto, la boca. Las actividades favoritas del infante son
chupar y morder.
La
etapa anal se
encuentra entre los 18 meses hasta los tres o cuatro años de edad. El foco del
placer es el ano. El goce surge de retener y expulsar.
La
etapa fálica va desde
los tres o cuatro años hasta los cinco, seis o siete. El foco del placer se
centra en los genitales. La masturbación a estas edades es bastante común.
La etapa de latencia dura desde los cinco, seis o siete
años de edad hasta la pubertad, más o menos a los 12 años. Durante este
período, Freud supuso que la pulsión sexual se suprimía al servicio del
aprendizaje. Debo señalar aquí, que aunque la mayoría de los niños de estas
edades están bastante ocupados con sus tareas escolares, y por tanto
“sexualmente calmados”, cerca de un cuarto de ellos están muy metidos en la
masturbación y en jugar “a los médicos”.
La etapa genital empieza
en la pubertad y representa el resurgimiento de la pulsión sexual en la
adolescencia, dirigida más específicamente hacia las relaciones sexuales. Freud
establecía que tanto la masturbación, el sexo oral, la homosexualidad como
muchas otras manifestaciones comportamentales eran inmaduras, cuestiones que
actualmente no lo son para nosotros.
La
terapia de Freud (en el ámbito de la psicología, se utiliza “psicoterapia” para
hablar de terapias psicológicas. N.T.) ha sido la más influyente de todas, a la
vez que la parte más influyente también de su teoría. A continuación veremos
algunos de sus puntos más importantes:
Atmósfera
relajada. El cliente
debe sentirse libre de expresar lo que quiera. La situación terapéutica es, de
hecho, una situación social única, en la que uno no se debe sentir miedoso ante
un juicio social u ostracismo. De hecho, en la terapia freudiana, el terapeuta
prácticamente desaparece. Añada a este situación un diván cómodo, luces tenues,
paredes insonorizadas, y el ámbito está servido.
Asociación
libre. El cliente
puede hablar de cualquier cosa. La teoría dice que con una buena relajación,
los conflictos inconscientes inevitablemente surgirán al exterior. Si nos
detenemos un poco aquí, no hay que ir tan lejos para observar una similitud
entre esta terapia y el soñar. Sin embargo, en la terapia, existe un terapeuta
que está entrenado para reconocer ciertos aspectos o pistas de problemas y sus
soluciones que el cliente pasa por alto.
Resistencia. Una de estas pistas es la
resistencia. Cuando el cliente intenta cambiar de tema, o su mente se le queda
en blanco, se duerme, llega tarde o falta a una sesión, el terapeuta dice
“¡Ajá!”. Estas resistencias sugieren que el cliente, a través de sus
asociaciones libres, está cercano a contenidos inconscientes que vive como
amenazantes.
Análisis
de los sueños.
Mientras dormimos, presentamos menos resistencia a nuestro inconsciente y nos
permitiremos algunas licencias, de manera simbólica, que florecerán en nuestra
consciencia. Estos deseos del Ello proveen al cliente y al terapeuta de mayores
pistas. Muchas formas de terapia usan los sueños en sus prácticas, pero la
interpretación freudiana es distinta en tanto tendencia a hallar significados
sexuales en ellos.
Paráfrasis. Una paráfrasis es una desvío del
discurso verbal, Freud creía que estos fallos o desvíos también sugerían pistas
para llegar a conflictos inconscientes. También se interesó por los chistes que
sus clientes contaban. De hecho, creía que cualquier cosa que dijera el
paciente siempre significaba
algo; equivocarse de número
al llamar por teléfono, desviarse de ruta, decir mal una palabra, suponían
serios objetos de estudio para Freud.
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